"Mira que perro más grande..."
El tener un perro te obliga a una rutina diaria a la cual te acostumbras y a la que encuentras un placer que no conocen aquellos que no tienen mascotas. Me explico. Te levantas por la mañana (yo muy pronto, llueva, truene, sea domingo o año nuevo), sacas a tu perra (nunca me ha gustado decirle perra, me parece que estoy enfadado con ella, así que la llamaré por su nombre...), rectifico, sacas a Miranda (y no por Carmen Miranda, ni un guiño gracioso a Mirinda, ni por una pasión desenfrenada por "Sexo en Nueva York"... no, sencillamente por un grupo argentino del mismo nombre que me cautivó hace casi siete años...) y te das un paseo entre legañas y bostezos. Encuentras a la misma gente a la misma hora. Algún que otro saludo de colegas caninos, lío de correas mientras los animales juegan al tio vivo buscando sus partes nobles a fin de reconocerse y nuestros comentarios: "Mira cómo son... Anda que se nos lían las correas... Venga, que no son horas..." Y des