Manual De La Buena Madre
Hace unos días fue el día de la madre y me puse a escribir algo. Tenía esa necesidad de mandar palabras al viento y que volasen hasta sus ojos. No sabía si llegarían. Probablemente no. Aunque todos los creyentes del mundo me intenten convencer de que en algún lugar puede sentir lo que siento, me cuesta hacerme a la idea de ello y os juro que pagaría con parte de mi alma para tener esa convicción.
Así que me puse a escribir y me quedé mirando la página en blanco. Un "Feliz Día de la madre" me parecía tan horrible que cerré el ordenador. Miré a mi alrededor. Busqué a La Presencia. Esa de la que hablo en otra entrada. Esa que se empeña en robar mis emociones y las palabras. Pero no la encontré. No sé si estaba con su madre, si estaba celebrando momentos que jamás pensé tuviera, pero no estaba allí. Sencillamente, tenía una pena que no podía expresar. Y lo dejé para otro día. Lo dejé para hoy.
Mi madre se marchó un 1 de junio... hace ya muchos años, tantos que parece ayer. Se marchó en silencio, sin fuerzas para pelear. Y os puedo asegurar de que fue la persona más fuerte que he conocido, una fuerza que me transmitió y, de alguna manera, me hizo débil. Es curioso, ¿verdad? Las madres quieren siempre lo mejor para nosotros. Se desviven por sus hijos. Pero se olvidan de ellas mismas. Y son fuertes a la vez que derrochan debilidad. Hacen las cosas por y para sus hijos. Viven por ellos y dejan de vivir por ellas. No quiero decir que todas hagan lo mismo, pero muchas de la madres que me leen, puede que se sientan identificadas. Y yo vi su vida... viví su vida y estuve a su lado. A veces pienso, sé, que esa vida vino marcada por el estigma de la tristeza. Que presencias malvadas, o ese Dios del que todos me hablan, decidió que esa mujer, en particular, no iba a ser feliz. Caminé al lado de su melancolía y le di la mano. Busqué mil maneras de hacerle reír. Lo conseguí 993 de ellas. Y, de alguna manera, sé que pudo saborear la felicidad.
Recuerdo tardes, noches de salón y televisión. Ella tenía un sofá que era su favorito. El que yo creía su favorito. Pero que era el arma perfecta para que ocultase lágrimas. Lágrimas de despedida. Lágrimas de miedo. Lágrimas de amor. Yo le preguntaba la razón de su pena y echaba la culpa a noticias de telediario (esas que aún impresionaban y se alimentaban de nuestros gemidos), y seguía con un tiempo interrumpido por un dolor ocultado. Y recuerdo esos momentos que siempre me vienen con claridad. Me atormenta el no haberme levantado, abrazarla, decirle que todo estaba bien, que TODO iba a ir bien... Pero ella lo hacía por sus hijos. Por que sus hijos no se preocupasen. Esas son las madres que sufren, que se guardan el dolor e incluso lo mantienen en cajas de cristal. Madres que se irán entre suspiros y miradas cómplices. Madres que aman, más que a sí mismas... Que darían la vida por ti, sin dudarlo un momento. Ese sentimiento sólo lo pueden entender ellas. Son las portadoras del Amor Incondicional. Las admiro. Os admiro.
Y se celebra un día al año. Un día de regalos y comidas maravillosas. Madres que se sientes especiales. Miles de "te quiero" que surgen de bocas o acciones. Abrazos que alimentan ese "daría la vida por mis hijos", que justifican cualquier acción, cualquier lágrima, cualquier silencio.... Por eso me negaba a decir un simple "Feliz Día de La Madre"... prefería cambiarlo por un "Felicidades por ser Madre", porque ese sentimiento lo tenéis vosotras. Es vuestro sólo. Y nadie, absolutamente nadie, puede llegar a comprender completamente lo que corre por vuestras venas, ese amor apasionado que se gestó con vuestra sangre, vuestras respiraciones, vuestros suspiros, risas, lágrimas... Un amor que nueve meses crearon para vivir siempre. Así que Felicidades por ser Madres. Gracias por vuestros sacrificios, por vuestras miradas, por estar aunque creamos que no estáis. Y ahora mismo sé que tengo a mi madre a mi espalda, mirando cada una de las palabras que estoy escribiendo. Acariciando mis manos, sus manos, mientras pienso en aquel sofá, ese que se cargó de amor, ese que guardó sus miedos... La siento aquí detrás y, aunque no creo en estas cosas (o quizás creo más que nadie en el mundo), durante unos segundos puedo sentir su presencia. La intentaré mantener, durante unos segundos... Le voy a susurrar un "te quiero", para que vuele a dónde quiera que esté... Supongo que cuando deje de escribir, el encanto habrá desaparecido, pero el amor habrá quedado... quedará siempre...
Os quiero poner algo que escribí sobre ese sofá, esos momentos de lágrimas, algo que plasmaría todo lo que yo sentí, lo que siento, lo que sentiré mañana.... No me importa abrir tanto mi alma hacia vosotros, porque sé que de alguna manera, sois parte de mi... Os dejo, voy a despedirme de ella. A decirle que la quiero, que aún queda mucho por hacer... Que lo haré todo por ella... Que ya sé para lo que vine a este mundo...
Aquí tenéis la historia:
MANUAL DE LA BUENA MADRE
Debe callar. Por ella, por todos. Debe callar. Se ha acostumbrado a las
lágrimas. Lágrimas lentas por su vida, por su presente, por su incierto futuro.
Pero ante todas las cosas tiene que callar. Mira a sus hijos y desea guardar
cada momento, cada rutinario instante es precioso para ella. No tiene que
contaminarlos con preocupaciones innecesarias. No. Sabe que el silencio traerá
el sacrificio de sus ausencias. La normalidad de la vida. Esa que para ella
hace tiempo ha cambiado. Si les comunica sus dudas, se volcarán sobre ella, la
protegerán, le darán aún más amor del que siente, suplirán con creces la desilusión de una vida perdida, a ratos
desperdiciada al lado de un hombre que la única alegría que le proporcionó
fueron esos dos hijos por los que daría la vida. Un hombre que le mató el amor
a base de ausencias y alcohol. Que le sentenció con la soledad, que alimentó su
centro de sufrimiento del que, está segura, nació el dolor que la acompañaría
toda su vida. Sabe que él es el culpable de su inevitable forma de actuar. De
sus obsesiones, de sus necesidades, de sus inagotables miedos que jamás
reconocerá. Pero no desea lástima. El sacrificio es la primera regla de la
buena madre y lo cumplirá hasta el final. Por ellos, por sus hijos.
Y palpa su pecho incesantemente. A escondidas. Creyendo que cada vez,
es un error. Una broma de sus dedos cansados. Que ese bulto desaparecerá por
arte de magia. A veces, lo imagina como un grano de grasa que se esfumará de
repente, devolviéndole las ganas de vivir. Se ve llena de felicidad, riendo con
sus hijos de los malos momentos pasados. Aceptando las reprimendas por su
silencio. “Lo hice por vosotros, hijos míos. Por no haceros sufrir” Pero será
feliz de nuevo. Cumplirá su sueño con
ellos. Ese que lleva arrastrando desde el día de su boda. “No me quiero morir
sin comerme una langosta y visitar Sevilla”. Cómo representa la escena en su
mente, cargada de risas y abrazos. Pero el bulto sigue ahí, agarrado a sus
entrañas. Burlándose de sus sueños y hablándole de operaciones y meses de
incertidumbre.
Y calla. Intenta ignorarlo, aunque sus dedos lo palpan una y otra vez,
suplicándole una discreta desaparición. Llega incluso a acariciarlo, quizás con
cariño, como si fuese el centro de sus desengaños, el nido de sus ilusiones
rotas. A lo mejor, si le da amor, se ablandará con ternura y volverá al mundo
del dolor reprimido. A lo mejor…
Y pasa horas acurrucada en su sofá favorito, viendo la tele, con sus
hijos cerca. Deja escapar suspiros y los camufla con tímidos ataques de tos.
Mira a sus chicos y el mundo se le hunde. Su mayor tesoro. Ese que no quiere
dejar escapar, aunque sepa que tienen edad para volar solos, emprender una vida
independiente a la cual tienen todo el derecho. Pero se siente egoísta. En ese
imaginario manual de la buena madre, el egoísmo debe de ser otra importante
regla. Ella los ha parido y son suyos. No hay vuelta de hoja. Porque le
aterroriza la soledad. Cuando se marchan de paseo, cuando le cuentan alguna que
otra aventura amorosa… Todo sabe a soledad y el bulto toma vida, pellizcando su
piel, exigiendo caricias que, finalmente, traerán nuevas lágrimas.
Y no entiende la razón por la que no va al médico. Será el final de sus
dudas. Seguramente el paso del tiempo empeorará cualquier mal y será
irremediable. Pero lleva cinco años de silencio. Cinco largos años inventando
excusas para los suspiros, las repentinas lágrimas… Es su condena y debe
cumplirla. Hubo un tiempo en el que se volcó en la oración. Cada noche le
suplicaba a Dios una cura. Prometía penitencias que cumpliría a rajatabla.
Noche tras noche. Pero algo muy malo debía haber hecho en esa vida para ser
castigada de esa forma. Algún sacerdote le habló de pruebas del señor y fue
suficiente. Dejó de rezar. Dejó de prometer. Dejó de creer. Porque ni siquiera
ella entiende su forma de actuar. Representa una vida normal. Habla con sus
amigas, miente a sus hermanos, finge con sus padres. Sigue siendo la mujer de
hierro que ha sacado adelante a dos hijos y con la que nada ni nadie podrá.
Y sigue callando. Ni siquiera se permite imaginar el dolor de sus niños
cuando ella no esté. Se niega a reconocer el sentimiento de culpabilidad que
les acompañará toda la vida. Muy dentro, cree incluso reconocer un deseo de
castigo póstumo, por razones que no desea descubrir. Son puertas que ya no
deben ser abiertas. Tan solo cultivar esa condena auto impuesta.
Sabe que llegará el momento en el que el silencio se romperá. Probablemente,
confiará en alguien en un instante de debilidad y, convencida por frases que
prometen un “seguro que es un bultito de grasa”, acudirá a un médico que le
dará el fatídico veredicto. Esa palabra que se niega a pronunciar. Esa que
luego utilizará casi con orgullo, llena de fuerza, empeñada en ser una
superviviente más. Puede que, incluso encuentre una razón para luchar junto a
otros. Que no pierda su pelo y que todo no sea tan malo como imagina. Pasará el
temido plazo de los cinco años y puede que vaya a Sevilla y coma una langosta.
Pero igualmente, puede que la vida se le eche encima. Que el amor de sus hijos
no sea suficiente y, aunque se vea arropada a cada instante y pelee por vivir,
puede que el monstruo se agarre de nuevo a sus huesos, a sus músculos, a sus
vísceras y ya no pueda más.
Entonces se dejará llevar. Se ve sumida en una dulce inconsciencia, una
tranquilidad vacía de bultos y dolor. Una paz que le permite abrir los ojos una
sola vez y ver a sus hijos, junto a la cama, agarrando su mano, dejándole ir. Y
se despedirá de ellos, con una suave sonrisa. Dirá adiós con los ojos, en un
segundo en el que agradecerá cada rato que han vivido con ella, cada alegría,
cada caricia, cada abrazo… Transmitirá un amor más allá de la pasión de madre.
Les dirá que ya pueden vivir, que para ella ha llegado el momento. Que en el
manual de la buena madre no explican como dejar que los hijos vuelen solos,
como aceptar la soledad que dejan las risas vacías, los juguetes que no
volverán a ser sacados de las estanterías, la música insoportable a todo
volumen, las noches de luces encendidas y exámenes. Todo eso dirán sus ojos en
un segundo. Y se dejará ir. Porque sabe que continuará protegiéndoles desde
algún sitio que aún desconoce y que no sabe de cielos ni infiernos.
Y desde su sofá favorito, piensa todo esto, acariciando el bulto que ya
es parte de ella. Deseando que desaparezca. Deseando que se quede. Vuelve a
llorar e inventa nuevas excusas que tienen que ver con las noticias de la tele.
Y calla, porque sabe que… pase lo que
pase, debe callar…
QUe forma mas hermosa de gritar Madre......muchas gracias por plasmar lo que nos gustaria decir a los demas pero no tenemos ni las palabras y alomejor ni el coraje de hacerlo...
ResponderEliminarun abrazo
Es precioso. Gracias por este texto. Ya sabes lo que pienso y siento al respecto: que están aquí. Un abrazo
ResponderEliminarComo madre que soy, quiero darte las gracias por haber escrito este texto tan hermoso. Gely
ResponderEliminarNose como llegue aqui pero me gusto leerte
ResponderEliminarLo más hermoso, lo más bonito que he leído nunca sobre las MADRES. Te he leído sin poder dejar de llorar. Mi madre también tenía su sillón favorito. Y si, estoy segura que desde donde estén nos están protegiendo.
ResponderEliminarMucho ánimo Javier.
@bartolasoy