POR LA ESPERANZA.... DÍA INTERNACIONAL DE LA LUCHA CONTRA EL CÁNCER DE MAMA


"TRISTE ES LA MAÑANA SIN SOL
TRISTE ES LA NOCHE SIN LUNA
MAS TRISTE AÚN
ES VIVIR SIN ESPERANZA NINGUNA

Y MAS TRISTE QUE LA AGONÍA DE SUFRIR
ES CONOCER TU ENFERMEDAD
Y SABER QUE VAS A MORIR"

AÑO 1991


Esto lo escribió mi madre, desde su tristeza, desde su desesperación. Peleó contra el cáncer de mama en una época en la que la gente le miraba con ojos de despedida. Luchó y luchó, aunque calló y calló durante años para no preocupar a sus hijos. A nosotros. Un día me sorprendió con estas líneas. Ella no era de poesías. No era de escribir. Pero su alma desgarrada escupió un grito de súplica... Ese grito que se la llevaría poco después. Ella peleó. Ella habló del cáncer, le plantó cara... Pero su vida le dio la espalda y no tuvo fuerzas para continuar.

Se marchó una mañana de Junio. En silencio... después de mirarnos con dulzura. Sin palabras. Sólo desde ese lugar que sólo conocen los que se marchan para siempre. Me dijo adiós. Me dijo que todo acababa. Que todo empezaba. Y se fue. 

Hoy es el Día Internacional de la Lucha contra el Cáncer de Mama. Hoy es el día de la lucha contra el mismo Cáncer. Todos lo podemos sufrir. Muchos lo hemos sufrido y seguimos adelante. Nadie está libre de su gratuita visita. Pero no hay que tener miedo. Sencillamente hay que escuchar lo que nos está diciendo. Reconocer lo que estamos haciendo mal. Hoy es el Día en el que no se deberían de escribir poesías como la que mi madre tiene en su tumba. Esas que me pidió fuesen su último grito, su último adiós.

Me vais a permitir que vuelva a poner la historia que le escribí. Esa que plasma los momentos de silencio. Los momentos de despedida. El horror de saber que la vida te está soltando de su mano... Es el Manual De La Buena Madre. Ese que todas tienen impreso en sus genes desde el día en que nacen. Perdonad que la repita de nuevo. Quizás ya la habéis leído. Quizás es la primera vez. Pero es un homenaje a ella. A Ellas. A todas las que pelearon. A las que pelean. A las que se fueron. A las que se quedan. Siempre hay esperanza. Y si esa enfermedad os visita durante unos instantes. Escuchadla. Porque algo nos está contando.

Por la ESPERANZA.


MANUAL DE LA BUENA MADRE


Debe callar. Por ella, por todos. Debe callar. Se ha acostumbrado a las lágrimas. Lágrimas lentas por su vida, por su presente, por su incierto futuro. Pero ante todas las cosas tiene que callar. Mira a sus hijos y desea guardar cada momento, cada rutinario instante es precioso para ella. No tiene que contaminarlos con preocupaciones innecesarias. No. Sabe que el silencio traerá el sacrificio de sus ausencias. La normalidad de la vida. Esa que para ella hace tiempo ha cambiado. Si les comunica sus dudas, se volcarán sobre ella, la protegerán, le darán aún más amor del que siente, suplirán con creces  la desilusión de una vida perdida, a ratos desperdiciada al lado de un hombre que la única alegría que le proporcionó fueron esos dos hijos por los que daría la vida. Un hombre que le mató el amor a base de ausencias y alcohol. Que le sentenció con la soledad, que alimentó su centro de sufrimiento del que, está segura, nació el dolor que la acompañaría toda su vida. Sabe que él es el culpable de su inevitable forma de actuar. De sus obsesiones, de sus necesidades, de sus inagotables miedos que jamás reconocerá. Pero no desea lástima. El sacrificio es la primera regla de la buena madre y lo cumplirá hasta el final. Por ellos, por sus hijos.

Y palpa su pecho incesantemente. A escondidas. Creyendo que cada vez, es un error. Una broma de sus dedos cansados. Que ese bulto desaparecerá por arte de magia. A veces, lo imagina como un grano de grasa que se esfumará de repente, devolviéndole las ganas de vivir. Se ve llena de felicidad, riendo con sus hijos de los malos momentos pasados. Aceptando las reprimendas por su silencio. “Lo hice por vosotros, hijos míos. Por no haceros sufrir” Pero será feliz de nuevo. Cumplirá  su sueño con ellos. Ese que lleva arrastrando desde el día de su boda. “No me quiero morir sin comerme una langosta y visitar Sevilla”. Cómo representa la escena en su mente, cargada de risas y abrazos. Pero el bulto sigue ahí, agarrado a sus entrañas. Burlándose de sus sueños y hablándole de operaciones y meses de incertidumbre.

Y calla. Intenta ignorarlo, aunque sus dedos lo palpan una y otra vez, suplicándole una discreta desaparición. Llega incluso a acariciarlo, quizás con cariño, como si fuese el centro de sus desengaños, el nido de sus ilusiones rotas. A lo mejor, si le da amor, se ablandará con ternura y volverá al mundo del dolor reprimido. A lo mejor…

Y pasa horas acurrucada en su sofá favorito, viendo la tele, con sus hijos cerca. Deja escapar suspiros y los camufla con tímidos ataques de tos. Mira a sus chicos y el mundo se le hunde. Su mayor tesoro. Ese que no quiere dejar escapar, aunque sepa que tienen edad para volar solos, emprender una vida independiente a la cual tienen todo el derecho. Pero se siente egoísta. En ese imaginario manual de la buena madre, el egoísmo debe de ser otra importante regla. Ella los ha parido y son suyos. No hay vuelta de hoja. Porque le aterroriza la soledad. Cuando se marchan de paseo, cuando le cuentan alguna que otra aventura amorosa… Todo sabe a soledad y el bulto toma vida, pellizcando su piel, exigiendo caricias que, finalmente, traerán nuevas lágrimas.

Y no entiende la razón por la que no va al médico. Será el final de sus dudas. Seguramente el paso del tiempo empeorará cualquier mal y será irremediable. Pero lleva cinco años de silencio. Cinco largos años inventando excusas para los suspiros, las repentinas lágrimas… Es su condena y debe cumplirla. Hubo un tiempo en el que se volcó en la oración. Cada noche le suplicaba a Dios una cura. Prometía penitencias que cumpliría a rajatabla. Noche tras noche. Pero algo muy malo debía haber hecho en esa vida para ser castigada de esa forma. Algún sacerdote le habló de pruebas del señor y fue suficiente. Dejó de rezar. Dejó de prometer. Dejó de creer. Porque ni siquiera ella entiende su forma de actuar. Representa una vida normal. Habla con sus amigas, miente a sus hermanos, finge con sus padres. Sigue siendo la mujer de hierro que ha sacado adelante a dos hijos y con la que nada ni nadie podrá.

Y sigue callando. Ni siquiera se permite imaginar el dolor de sus niños cuando ella no esté. Se niega a reconocer el sentimiento de culpabilidad que les acompañará toda la vida. Muy dentro, cree incluso reconocer un deseo de castigo póstumo, por razones que no desea descubrir. Son puertas que ya no deben ser abiertas. Tan solo cultivar esa condena auto impuesta.

Sabe que llegará el momento en el que el silencio se romperá. Probablemente, confiará en alguien en un instante de debilidad y, convencida por frases que prometen un “seguro que es un bultito de grasa”, acudirá a un médico que le dará el fatídico veredicto. Esa palabra que se niega a pronunciar. Esa que luego utilizará casi con orgullo, llena de fuerza, empeñada en ser una superviviente más. Puede que, incluso encuentre una razón para luchar junto a otros. Que no pierda su pelo y que todo no sea tan malo como imagina. Pasará el temido plazo de los cinco años y puede que vaya a Sevilla y coma una langosta. Pero igualmente, puede que la vida se le eche encima. Que el amor de sus hijos no sea suficiente y, aunque se vea arropada a cada instante y pelee por vivir, puede que el monstruo se agarre de nuevo a sus huesos, a sus músculos, a sus vísceras y ya no pueda más.

Entonces se dejará llevar. Se ve sumida en una dulce inconsciencia, una tranquilidad vacía de bultos y dolor. Una paz que le permite abrir los ojos una sola vez y ver a sus hijos, junto a la cama, agarrando su mano, dejándole ir. Y se despedirá de ellos, con una suave sonrisa. Dirá adiós con los ojos, en un segundo en el que agradecerá cada rato que han vivido con ella, cada alegría, cada caricia, cada abrazo… Transmitirá un amor más allá de la pasión de madre. Les dirá que ya pueden vivir, que para ella ha llegado el momento. Que en el manual de la buena madre no explican como dejar que los hijos vuelen solos, como aceptar la soledad que dejan las risas vacías, los juguetes que no volverán a ser sacados de las estanterías, la música insoportable a todo volumen, las noches de luces encendidas y exámenes. Todo eso dirán sus ojos en un segundo. Y se dejará ir. Porque sabe que continuará protegiéndoles desde algún sitio que aún desconoce y que no sabe de cielos ni infiernos.

Y desde su sofá favorito, piensa todo esto, acariciando el bulto que ya es parte de ella. Deseando que desaparezca. Deseando que se quede. Vuelve a llorar e inventa nuevas excusas que tienen que ver con las noticias de la tele. Y calla, porque sabe que…  pase lo que pase, debe callar…


Comentarios

  1. Me encantaría decirte tantas cosas,que no sabría ni por dónde empezar......Estoy llorando cómo hacía tiempo que no lo hacía.Tu manera de escribir ,tan sencilla y elegante,me ha hecho pensar en estos meses atrás,y me doy cuenta de la suerte que he tenido,por tenerte siempre a mi lado,por luchar juntos,por ayudarme,por enterderme y no dejar que me hundiera en los momentos tan duros que hemos pasado....
    Sólo quiero decirte,aunque ya lo sabes,que te quiero muchísimo,y que me encanta que estés a mi lado....TQAR

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  2. Acabo de leer esto. Lo siento Javier, no siempre te sigo...
    Yo tambien he llorado, (mucho) x ke soy de lagrima facil, x lo que me toca personalmente con la experiencia de este año y x ke siempre que hablas de tu madre me parece estar en tu casa saludandola y tu diciendome por detras: "felicitala que es su cumpleaños" o "dile esto" o "dile lo otro"...
    Siempre pendiente de tu madre, de que los amigos fueramos de su agrado.
    Estoy segura de que a pesar de lo que le hicieron sufrir los demas, se fué orgullosa de haberte tenido como hijo.
    Y ahora yo me siento como ella, orgullosa de tenerte como amigo.
    Te quiero mucho
    Un besazo

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