LA INDIGENCIA TECNOLÓGICA...
Pues si... hace poco más de veinte años aún éramos más o menos "normales" y no me echéis aún a lo perros. A ver cómo desarrollo esto. Resulta que ayer hablando con una amiga surgió un tema que, de alguna manera, se nos está yendo de las manos. Ella me preguntó: "Javier, ¿tú crees que los que no estamos constantemente con el móvil o los aparatitos de nueva generación somos raros?" Fue una pregunta aplastante y que nos embarcó en una fantástica conversación en la que nos sumergimos hasta ver cómo nos estábamos dejando llevar por el futuro sin darnos cuenta de que el pasado tampoco hace tanto que está ahí.
Y es verdad. Hoy en día si alguien te ve sentado en un bar sencillamente porque te apetece tomar un café y quedarte prendado del techo, o de una mosca que pasa tranquilamente o nada más que por tu imaginación, pues corres el riesgo de ser catalogado como raro, bicho o, en última instancia, psicópata merecedor de una pronta denuncia a las autoridades cercanas. Recuerdo en el metro de Madrid hace unas semanas que se me ocurrió contar pasajeros como quien cuenta ovejas. No era una hora punta por lo que no me tuve que volver muy loco. Eramos veinticuatro personas y creo recordar que diecinueve estaban enfrascadas en su móvil, dos con su tablet, alguna con un libro (siempre tiene que haber algún pirado) y yo que me dedicaba a observar y contar personas. Supongo que si alguien entra en ese momento y nos observa tendría otra perspectiva. Quizás contaría personas y vería veintiuna normales entre móviles y tablets, unas cuantas anticuadas con libros y un tipo fuera de onda y, posiblemente escapado del manicomio, que observaba al resto y, para colmo, de vez en cuando sonreía (ni decir tiene que ese era yo). Eso me hizo volver a comprobar cómo nos estamos alejando del ser humano. Y que conste que yo soy el primero que utilizo las nuevas tecnologías, que me fascinan, que tengo el último modelo de Iphone y que si no salgo con él de casa pienso que el planeta se extinguirá. Si. Pero es verdad que mi trabajo de escritor me hace observar el mundo y apartarme de esos aparatitos. Que tengo momentos al día en los que tan sólo observo y vivo. Es entonces cuando me doy cuenta de lo que se nos escapa. Es entonces cuando me doy cuenta de lo manipulados que estamos. Que tanto Cancy Crush, Youtube, Facebook, Twitter hasta el infinito y más allá, nos aparta de la realidad. Que las redes sociales aglutinan un mundo de soledades compartidas y que nos hemos acostumbrado a ellas. Que presumimos de 4000 amigos virtuales y de que en Instagram tenemos 3500 me gusta en la foto que pusimos ayer comiéndonos una hamburguesa. Y si lo pensamos es muy triste. Os va a extrañar que diga esto pero cuando pongo en Instagram una foto (sí, tengo Instagram) me gusta tener los "me gusta" suficientes para saber quienes son. Es como tener un grupito de amigos que identificas y que sabes que valora la foto que has hecho de una mosca levantando el vuelo mientras una señora arrastra su carrito en un lluvioso día de enero. Me gusta ver que la foto le agradó a Perico, Pablito y Mariluz. A veces reparo en fotos de personas que tienen 4899 "me gusta" que se quedan en un número. Un número que te servirá para que compañías te regalen cosas que puedas promocionar. "Me gusta" anónimos que suman puntos en este mundo material que nos aparta del secreto de los ojos y las miradas.
Y lo dice aquí uno que un día fue Trendign Topic por un tuit que puse. Jamás entenderé lo que hice bien porque era una de las cosas más tontas que alguien puede escribir, pero de repente el móvil se volvió loco con retuits que venían acompañados de la vibración del dispositivo con su sonido correspondiente. Al principio hacía gracia. En menos de diez minutos tuve casi 2.000 retuits y Twitter me mandó un mensaje de felicitación. Fueron mis diez minutos de gloria "socialera" que agotó la batería del móvil de tanta vibración y sonidito. Reconozco que me sentí importante y, de repente, pensé que puede que Twitter sea como una máquina tragaperras en la que pruebas suerte y un buen día te toca el especial y aunque pongas: "Que buenas me han salido las lentejas", pues empieza la feria de retuits para que te sientas maravilloso y nunca abandones esa red social. Nunca más he conseguido un TT de esos. Jamás. Y mira que me he estrujado la mente con frases ingeniosas que le daban mil vueltas a aquella que se hizo famosa. Nada. Por nunca jamás...
Y un buen día te das cuenta de que hace veinte años en una galaxia muy muy lejana vivíamos con teléfonos fijos, mandábamos cartas en las que poníamos sellos de correos y buscábamos cabinas en la calle para ponernos en contacto con nuestros amigos. ¿Recordáis cuando echábamos monedas de diez pesetas y el contador nos agotaba la conversación? Eran conversaciones que se disfrutaban, que no sabían de tarifas planas, que atesorabas y esperabas con deseo. Esas llamadas que tenías que hacer a una hora determinada con la persona que en ese momento amabas. Te escabullías de casa para que no se enterasen tus padres y con el bolsillo cargado de chatarra ibas a esa cabina que solía estar ocupada y hacías fila. Te unías a los reproches y quejas hacia el pesado o pesada que no terminaba nunca, sabiendo que en un ratito tú serías el pesado que recibiría reproches. ¿Y qué no decir de las cartas? Esas que te llegaban al buzón y que pesabas mentalmente para saber si llevaba una, dos, tres páginas escritas ¡por las dos caras!!!... y puede que hasta con una foto. Esa ilusión nos la quedamos los que vivimos aquella época. Porque yo hace años que no utilizo una cabina y hoy en día llamas a cualquier hora. Hoy en día ya que nos identifican al momento pueden coger o no. Hoy en día estamos controlados. Hoy en día dejamos rastros de llamadas que se dicen perdidas. Hoy en día somos nombres sin número. Nos lo ponen tan fácil que nos hacen tontos. Porque antes me sabía el teléfono de todos mis amigos y amigas. Antes mi mente estaba despierta con ciertos temas matemáticos y hoy, desgraciadamente, cuando vamos de cena sacamos la calculadora del móvil para dividir 50 euros entre cinco personas.
Y si vemos a alguien sentado en un banco mirando al horizonte y que puede que ni siquiera tenga móvil, pensamos que puede que sea un indigente o un loco de la vida. Y si... resulta que hay mucho indigente de tecnología que aún se agarra a la vida. Un indigente que no necesita monedas para comprar esa tecnología. Un indigente al que le sobran recuerdos y que aún sabe que 50 entre 5 son 10.
Y os lo digo mientras escribo en mi ordenador último modelo porque por más que lo intento no puedo escribir a bolígrafo. Porque es una cuestión de velocidad, porque mi mente va más rápida que la tinta y las teclas del ordenador son perfectas para mis pensamientos.
Así que no olvidemos lo que eran las cartas, los sellos, las cabinas, las llamadas nocturnas y las colas de esas mismas cabinas. No olvidemos que antes la vida no era tan fácil como ahora pero quizás la disfrutábamos con más intensidad. De todas maneras si habéis olvidado lo tenéis al alcance de vuestro dedo metiendo en Google la búsqueda "cabina de teléfonos" o "buzón de correos" o "Parchís" o "Libros" o "cielo", "nubes", "miradas"...
... y os dejo los puntos suspensivos para que los rellenéis con todo aquello que aún os venga a la memoria... porque aunque ya no pueda vivir sin la tecnología sé que no puedo vivir sin mi imaginación y mis momentos en los que me quedo suspendido en el espacio en mi propio...
emparramiento indigente de teconologías....
Te dejo comentario aquí porque aunque vengo a traves de Facebook, me repatea mucho que me comenten en mi página y no en el blog.
ResponderEliminarMe has traído un montón de recuerdos hablando de las colas interminables en la cabina, las cartas...
Debajo de mi casa había una cabina de esas dobles y a veces me daba tiempo de subir de nuevo a casa, tomarme un café o ir al baño, bajar y todavía no había avanzado la cola.
Yo era de la de escribir cartas larguísimas y enviar muchas fotos. Vamos, parecían testamentos. Y, cuando me contestaban con una carta escrita a máquina, me daba mucha rabia. Pero la ilusión de recibir cartas... uffff... que llegaba a casa como una yonqui del correo preguntando si había algo para mí jajaja.
Yo creo que la tecnología se nos ha ido de las manos, que ya casi no sabemos relacionarnos los unos con los otros. Ir a tomar un café con un amigo puede convertirse en una tortura. Los móviles sobre la mesa, vibrando y sonando y todo el mundo prestando atención al teléfono y no a la conversación.
Yo soy una apasionada de la tecnología, no tengo el último modelo de Iphone, pero sí el último de ASUS, no soy una apasionada de los selfies ni de las fotos con el móvil, pero mi teléfono tiene buenas cámaras... sí, me encanta la tecnología, pero añoro el sentarme en el parque a charlar. O simplemente a estar ahí, sin pensar en nada, sin pitidos o vibraciones, sin llamadas a cualquier hora, en cualquier momento y lugar. Y como no contestes, se te enfadan porque saben que siempre llevas el teléfono contigo. Y no olvidemos Whatsapp, que el leer un mensaje y no contestarlo puede convertirse en un pecado imperdonable (por eso solo los leo una vez a la semana o cada quince días).
¡Qué buenos tiempos aquellos los de las cabinas, las cartas y la libertad!
¡Un placer conocerte, Javier! Me llevo tu entrada conmigo.
¡Besotes!