¿RINOCERONTES EN LA COCINA?




Hace unas semanas estábamos en casa en el salón. Todo parecía normal... el sofá, la tele, el calor de un agosto insoportable (adios, espero que hayas disfrutado, pero no vuelvas más...), cuando de repente oímos algo en la cocina. Era un click. Un sonido hueco. Como de algo que ha caído en un recipiente de  metal. Yo enseguida identifique el recipiente como el plato de comida de Miranda, nuestra perra. Yo me levanté rápidamente y empecé a investigar. Volví a reproducir ese click en mi cabeza una y otra vez. Lo tenía grabado en mi disco duro mental en calidad 25 (que es la calidad máxima a la que mi mente graba los sonidos). Click, click, click.... Pensaréis que podría haber sido obra de Miranda, pero no, ella estaba durmiendo placidamente en el salón. Me quedé mirando el plato en cuestión y vi un par de granitos de pienso que se había dejado. Soy muy observador, y sabía que al cenar, habían quedado cuatro granitos, por lo que ese click podría ser obra del granito fugitivo. Es verdad que pensé que mi imaginación me estaba gastando una de las suyas, que podría ser el viento, ese viento que no era huracanado, que ni siquiera molestaría el lento volar de una mosca indecente y toca pelotas que en esos momentos nos visitaba. Pensé en animalitos... un ratón, una cucaracha, una serpiente de cascabel o, ya puestos a desvariar, un rinoceronte africano que pasaba por allí...  Pero tenía que dejar aquello y pensar con algo de lógica. Seguramente el plato estaba mal colocado y por la fuerza de la gravedad, se había movido algo y ya está. Pero antes de ir a la cama preparé la trampa. Puse un sólo granito de pienso en el centro del plato y nos fuimos a dormir.

A la mañana siguiente corrí a la cocina, como si hubiese estado esperando a los Reyes Magos toda la noche y miré el plato. Cómo no. Estaba vacío. El granito había desaparecido. Pero no podía tener la seguridad de seres extraños que habían invadido la casa. Miranda, nuestra perra, podría haberse levantado a media noche con ganas de algo que picar, devorando con gusto ese miserable granito de pienso que solitario aguardaba su fatal destino. 

Había que buscar un plan B. Granitos de pienso fuera del alcance de Miranda. Puse uno entre el mueble y la nevera. Allí sería imposible de alcanzar por ella, a no ser que fabricase un complicado artilugio a base de palitos chinos y cinta adhesiva. No fue el caso. Todo el día me paseé por la cocina controlando el grano de pienso. Estaba. Me iba. Estaba. Hacía como que me iba. Estaba. Me escapaba de puntillas y me escondía en el baño. Volvía. Estaba. Me fui a comprar para dejar la casa al gusto del intruso y al volver.... Estaba. Empecé a pensar que me había ido de la cabeza. Que Miranda, realmente, había desarrollado una mega lengua extraterrestre que alcanzaba todos los rincones de su casa. Y mientras estaba pensando esto e intentaba medirle la lengua, volví a la cocina a por un metro y el granito... YA NO ESTABA. Mis sospechas eran claras. Grité de alegría. Me abracé y me dí la enhorabuena... pero... ¿por qué? ¿Qué había conseguido? Pues sentirme un poco más idiota. Tendría que coger al bichito con las manos en la masa. Preparé una trampita con un tupper, un lapicero y algo de comida dentro. Os digo algo, no hagáis caso de los dibujos, ni de las películas que te dicen que esas trampitas sirven de algo. No. Ningún bicho acudió a mi bella trampa, así que me fui destrozado a la habitación a seguir escribiendo. No sé porqué, pero puse el plato de comida de Miranda en una silla. 

Me entró sed (suele ocurrir), fui a la cocina y mientras me acercaba vi el plato en la silla. Pero había algo más, unos ojitos, amparados por unas orejitas redondas y perfectas, me miraban con curiosidad. Supongo que en la distancia se preguntaba quién era yo y yo me preguntaba quién era él. Me acerqué lentamente y le hablé. Iluso de mí, pensé que el ratoncito me haría caso, que entendería que no le quería hacer daño, que iba a cogerle suavemente con mis manos, alimentarlo, darle algo de agua y luego soltarlo en un bosquecillo al lado del mar para que fuese feliz. No me entendió. Lo juro. Dio un salto que ni las Olimpiadas y se encaramó a la tabla de planchar. Yo actué. Cogí un trapo de cocina. De todos es sabido que la mejor forma de atrapar un ratoncito es con un trapo de cocina, ¿no? Pero el roedor corria, saltaba y yo, que me negaba a aplastarlo, intentaba cogerlo con cuidado y, claro, me sacó la lengua y se metió trás el lavavajillas. 

Resumamos. Había un ratón. Yo no estaba como una cabra. Podía, de momento, descartar al rinoceronte. 

Y había que cazarlo. Estaba claro que con mi voz y mi mano del tamaño de una pandereta no iba a conseguirlo. ¿Y si lo hacía huir? Un momento. Leed. Había visto en la teletienda (¡la cual yo no veo!!), que existía un aparato que lo ponías en el enchufe y espantaba a todo bicho indeseable. Además debía de ser verdad, porque en el anuncio salía la casa más desgraciada de todo América en la que tenían ratones, cucarachas, lagartos, moscardones, escarabajos, arañas y toda la fauna de "El hombre y la Tierra". Recordé que una amiga, que no estaba en casa, tenía uno, así que (gracias a la copia de las llaves para regar las plantas), me acerqué y le cogí prestado el aparato durante unos días. Lo enchufé. Esperé y, os juro que mi ratoncito Pérez (que le llamaba así, soy un sentimental y nada original), desapareció. Yo no sé si a sus oídos mi cocina se convirtió en un concierto de Heavy Metal, mezclado con Camela y un tablao flamenco en la Gran Vía madrileña en hora punta.  La realidad es que desapareció. Me sentí un poco tristón. Había sido demasiado fácil. Además había comprado una jaulita ideal, de esas que se cierran automáticamente cuando hincan el diente al oloroso pedazo de queso manchego (no hay que escatimar en estos menesteres) y los mantienen vivos al antojo de lo que quieras hacer con ellos. Tuve la trampa unos días y allí no apareció nada.

¿Fin? Pues no. Pasaron los días. Y empecé a oir ruidos en el falso techo. Nuevamente me puse en guardia. ¿Estaría allí? Oía como quien está mordiendo algo. Imaginé un techo lleno de cables, tuberías de agua, de gas... Fui más allá... imaginé que mordían un cable de la luz, uno del gas y uno del agua (ala, ya puestos, a desvariar del todo.. barra libre). Naturalmente el cable de la luz hacía contacto con el gas, contacto con el agua y contacto con la gasolinera que tengo enfrente de casa. Claro. Explosión. Cortocircuito. Desastre. Eso sí. El ratoncito se habría ido corriendo antes del fatal desenlace a no ser que se hubiese achicharrado por morder lo que no debía. 

No hubo explosión. Claro. ¿Qué hice? La jaulita-queso-machego-no-hay-que-escatimar era perfecta para aquello. Como al quitar el plafón de luz de la cocina quedaba un agujero por el que cabía un melón de Villaconejos (que dicen tener los mejores), pues puse la trampita en el falso techo y esperé el sonido clak de que la puerta se había cerrado. 

Pero no pasó.

Una noche más de incertidumbre. A la mañana siguiente fui corriendo otra vez a ver a los Reyes Magos y SI, la puerta parecía cerrada. Saqué con cuidado la jaulita y cuál no fue mi sorpresa al encontrarme con el Ratoncito Pérez y.... señora. Sí. Eran dos y tan ansiosos y hambrientos que habían entrado a la vez a su trampa de la que, por el momento, no iban a salir. Yo los miré. Les hice fotos. Les grabé un video (cosas de la edad, lo juro) y les dije que no se asustasen, que les iba a llevar a un bosque donde serían felices. Y yo sonreía. Y los ratoncitos se volvían locos intentando morder su cárcel. Queriendo huir, queriendo hincarme el diente en la yugular (vaya usted a saber). 

Así que cogí el coche y me fui a unos diez kilómetros de la ciudad. A un bosque apartado. Y los solté. Cuando abrí la puertecita se quedaron de piedra. Me miraban como diciendo: "Pero, ¿nos vamos? ¿Así de fácil?... ¿de qué planeta vienes?" Vamos, pero que por si acaso cambiaba de opinión, salieron pitando y se perdieron entre los arbustos. Me gustaría deciros que por unos instantes se pararon, dieron la vuelta y levantaron una patita para decirme adios y mirarme con cariño y respeto. Pero no, lo último que recuerdo son sus colitas desapareciendo a toda velocidad entre la hierba.

Muchos pensaréis que estoy como una cabra. Ratones. ¡Qué asco! Que ¿cómo no los maté? Pues mire usted, pues porque no soy yo quién para matar a nadie. Porque son seres vivos. Porque no mato ni siquiera cucarachas (bueno, miento, pongo un aparato para atontar mosquitos, pero es defensa personal). He sido así desde pequeño. Desde que me pegué con unos niños por torturar a un escarabajo.  Así que ahora podría decir colorín colorado, pero no.

Resulta que hay o ha habido una plaga de ratoncitos en el edificio. Un edificio que no tiene más de 7 años, pero que al lado hay una casa de antes de la Era Glacial que están reformando y que les ha dado libertad. Así que tuvo que venir una empresa a desratizar. Así pues, si vuestro hambre de muerte ratonil no queda satisfecha con este último apunte, ya no sé que más puedo hacer. Yo creo que se han ido todas. Que al soltar yo a mis ratoncitos, se fueron todas a buscarlos allá en el bosque (que estará plagado de ratas ahora por mi culpa, pero vamos a dejarlo). En casa ya no ha aparecido ninguna más y en eso estoy tranquilo... Ahora, estoy atento para que no entre el rinoceronte del que os hablé... pues por la noche oigo un PUM PUM bastante mosqueante... Pero si pasa algo, tranquilos que os lo contaré. Ah, por cierto, la foto de arriba es real... es el Ratoncito Pérez y su mujer, que se adivina atrás....

Y colorín colorado...



Comentarios

  1. =) esas cosas me causan conflicto y por eso tengo un gato, (bueno, 5) me causa angustia pensar en matar un pobre ratoncito y sin embargo, la convivencia entre nosotros es poco factible, recuerdo haber tenido un problema con unos en el trabajo, se comian tooooodo y les gustaba particularmente meterse en la bandeja de papel de la impresora, no es bonito imprimir memos con manchitas negras :S

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  2. ¡Eh, alto... esta vez te has pasado !! Has escrito palabra por palabra la misma crónica que hubiera escrito yo... de haber sabido hacerlo, claro jejeje...

    No sabes cuánto me he reído, viviendo en mi imaginación cada situación que ibas contando, porque lo sabes contar de tal manera que lo haces vivir.

    Leyéndote, a modo de viaje astral, he salido de mi salón para entrar en esa cocina tuya, con tanta vida interior (por cierto, yo, instintivamente, también hubiera puesto el plato con la comida de Miranda/Nela encima de una silla... por si acaso)

    Me ha encantado tu libre interpretación de los gestos, las miradas y hasta los pensamientos del ratoncillo (y “señora”)...

    Me he partido de risa con tu (nada exagerado) pesimismo ante el razonable temor de que el pobrecito ratón mordiera el cable... ¡¡del agua !! Jajaja...

    Por último y después de decirte de nuevo que me ha encantado tu frescura y tu forma de contarlo, te diré que no solo comparto, si no que aplaudo tu maravillosa locura de hacerte 10 kms. (o 10 metros) por liberar a un par de ratoncillos okupas y por intentar alejarlos del peligroso ser humano. Y te lo dice otra loca que libera cualquier bichillo que encuentra en su camino. Y en casa, si el tamaño lo permite, vía vaso: se coge un vaso, se inmoviliza al huésped, se pasa por debajo una hoja de papel y sujetando la hoja contra el vaso se corre hacia la terraza (debajo hay jardines) y se le libera. Siempre he sabido que yo no soy quien para arrebatar la vida a ningún ser vivo (¡con lo que a cada uno le habrá costado llegar con vida hasta el momento de nuestro encuentro!!)

    Gracias Javier por compartir con nosotros tus vivencias, por decir tantas cosas importantes en un relato aparentemente ingenuo.

    Gracias por hacernos sacar a nosotros, tus lectores, esos sentimientos que llevamos guardados (casi escondidos) en el corazón, porque pensamos que nadie va a comprendernos. Y de pronto ¡zassss !! escribes, te leemos y nos vemos reflejados en ti: Oh cielos... no soy tan rara... Hay otros seres similares a mi...

    ¡GRACIAS !!

    (P.D.: Al salir de tu blog me he “rayado” por un instante al leer: no olvides dar de comer a mis peces con el ratón. Y de pronto pensé ¿con el ratón y señora?? :)

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  3. uff qué alivio!, pensé que no sobrevivirían!. Al final somos todos iguales. Yo liberé en el parque a un caracol que había en una lechuga de la frutería donde trabajaba. (Luego liberé también una lagartija y una rana...). El ratón de la foto se parece a mi rata Lola ^^

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  4. Jo, qué suerte tuvieron!! Menos mal que dieron contigo. Pobrecitos los que cayeron en manos del vecindario cruel. Si los hubieran pillado Leo y Pepa tampoco sé yo si habrían salido bien parados, jejeje...
    Un trocito de queso a tu salud (y a la del ratoncito Pérez y esposa).
    Besotes también.

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  5. Javier, me ha gustado muchísimo esta historia. Contra todo pronóstico, me ha atrapado. Me gusta cómo de un tema cotidiano, ordinario ("tuve ratones en casa") has hecho un cuento de fantasía. Has creado curiosidad, me has dejado expectante y buen rato y, luego... ¡sorpresa!, el señor ratón y señora :) Hasta tiene moraleja...¿Te has planteado escribir cuentos? Cuentos con forma de cuentos, cuentos de los de toda la vida, pero actualizados a esta época. Es que creo que puedes crear unos mundos muy bonitos, con una magia especial, con encanto...Bueno, me lo voy leyendo todo poco a poco. Un abrazo!!! :)

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