EL DIA QUE "SALVÉ" A TODOS MIS VECINOS....
Pues si... así, como suena.. pero entre comillas... que no se os olvide. Creo que ya estáis acostumbrados a que nací con la particularidad de que las cosas más extrañas y las situaciones más, en algunas culturas, desternillantes, me ocurran a mi. Y eso mismo pasó ayer... Os cuento.
Llego a casa. A eso de las doce de la mañana. Venía de comprar con esa bolsa típica que parece una maceta de Jardiland (o como se diga), con sus lechugas tamaño Record de los Guiness, zanahorias con hojas más largas que las Fallas y otros vegetales coloridos que me hacían el rey del mundo vegetariano (al menos por ese día). Pues abro la puerta del patio y mi mundialmente conocido olfato (gracias a una potente nariz heredada por la parte familiar de la que más he renegado), huele a quemado. Eso acompañado de una espesa cortina de humo que, aunque no era tal, a mi se me antojó una noche otoñal en el Londres más isabelino. Aquí empiezo a ponerme nervioso. ¿Quién no se ha imaginado en una situación así? No sé, yo fui de los que vi quemarse el Hotel Corona de Aragón en Zaragoza y lo tengo grabado en mi mente.
Nota del traductor: Quien no sepa lo que es el incendio del Hotel Corona de Aragón, les remitimos a una rápida búsqueda en google.
Pues como decía, ¿quién no lo ha imaginado....? Así que valoré todas las posibilidades pero en ninguna de ellas se contemplaba el escapar de allí con mi rosario de vegetales. Os pongo en situación. El edificio donde vivo tiene ocho plantas y otras tres de garaje. Habitaciones para la luz, gas, teléfono, agua y otros 40 trasteros. Así que el fuego podía provenir de cualquier parte y yo, que ya no tenía miedo a nada, me lancé a buscar el foco de aquel fuego.
¿Ascensores? Dos. No podía usarlos. Creo que era lo primero que te enseñaban en el Manual de los Jóvenes Castores que tanto adoré en mi infancia y que muero por volver a encontrar. Así que me lancé a subir escaleras. Con mi bolsa de dos kilos de comida. Menudo cuadro. Subí a toda velocidad y os juro que había humo en las escaleras. Fui planta por planta, elevando la nariz cuál perro a la búsqueda de un bocata de bacon crujiente. Llegué hasta la última planta. Naturalmente comprobé que el humo no salía de mi casa y seguí. Volví a bajar. Olía fatal. Al llegar al patio de nuevo, pensé que igual me había dejado una planta sin mirar, cosas de la velocidad y de que me paré a leer uno de los extintores para saber bien la forma de usarlo y no terminar con la cabeza llena de espuma no, precisamente, para el pelo. Así que volví a subir. Corriendo. Sudando. Nada. Todo bien. Me quedaba el garaje. Tres plantas, grandes como los salones de la Duquesa de Alba. Nada. No había fuego. Para colmo no encontré a ningún vecino. Todo vacío. Me vino a la mente The Walking Dead pero decidí que no era momento para darle más rienda suelta a mi imaginación. ¡La habitación de la electricidad!!! No la había mirado. Y se habría con una llave mágica que tenía en casa. Así que veeeeenga a correr a mi piso. Dejo la bolsa de las verduras mareadas de tanto trote. Cojo la llave y bajo. Os diré que al ver tantas películas, me había convertido en todo un profesional de desastres y demás sucedáneos. Así que toqué la puerta esperando notarla a 200 grados o más o mil, qué se yo. Protegiéndome contra la entrada de oxígeno en esa puerta que me iba a lanzar decenas de lenguas de fuego que devorarían mi cabellera, mi piel y hasta los huesos que quedasen... Abro la puerta. ¿Desilusión? Pues ya no lo sé, la verdad. Todo estaba bien. Pero el patio estaba lleno de humo y un olor que un valenciano hubiese detectado al instante. Pero yo no soy valenciano.
Veo en la puerta al cartero. Le abro. Yo, sudando por todos los poros de mi cuerpo, le comento si no ve el humo, el olor, el desastre y me dice:
-Ah, si, acaban de tirar una traca en la puerta.
Para los que no lo sepáis, una traca es una tira larguísima de petardos escandalosos que los valencianos encienden para todo: para la fallera mayor, para las bodas, para los bautizos, porque hace buen día, porque hace mal día, porque son las 12 de la mañana, porque hoy había pan de chorizo veneciano en la panadería, porque les apetece volverme loco y hacerme subir ocho plantas y tres de garaje, DOS VECES. Pues si, amigos, era una traca. Aún no sé la razón, pero debieron de hacerla con la puerta abierta y toooodo el humo con olor a pólvora (por eso digo que un buen valenciano hubiese detectado la fuente del desastre), había entrado en el patio, había ascendido por las escaleras y me había vuelto loco.
A estas alturas pensaréis que me voy de cabeza y probablemente es así, Pero que quede claro, me lancé al desastre sin importarme lo que iba a encontrar. En mi mente estaba salvando a toda la finca y es que me sale ese sentimiento cuando veo alguna desgracia. De repente no soy yo y no pienso en lo que puede ocurrir.
Al final hice un ejercicio gimnástico que ningún gimnasio con Spa y monitores titulados ha conseguido jamás.
Y sí... "salvé" a todos mis vecinos y ellos sin saberlo...
Feliz día a todos....
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