HIPOCONDRIA CELESTIAL...



Los que seguís el blog sabréis que hace unos tres años me sucedió algo que me hizo ver la vida desde otro punto de vista. La salud, al final, es lo más importante. La damos por hecho siempre. Cuando somos jóvenes ni nos lo planteamos. Oímos noticias de desastres, de enfermedades mortales, incluso las vivimos a nuestro alrededor con personas que queremos, con personas que adoramos. Pero nos creemos dotados de un escudo mágico que repelerá cualquier intento de la muerte por darnos un tierno-repugnante beso. 

Y está bien que nos sintamos así. A no ser que tengas episodios hipocondríacos como los que solía tener. Esos que me hacían infectarme con virus mutados, deseosos de mi carne, de mi sangre, de mi vida. Reconozco que lo pasé muy mal. Es horrible estar completamente seguro de que te quedan dos o tres días de vida. Es más horroroso darte cuenta de que esos dos o tres días han pasado y que nada ha ocurrido. Curioso, ¿no? Cómo es el ser humano. Muchas veces pienso en lo que pasaría si todos esos fanáticos de dioses, paraísos e infiernos, fuesen enfermos de una hipocondría celestial. Que toda una vida culpándose de un pecado que una fábula hizo, sanísimas manzanas infectadas por colmillos viperinos que nunca llegaron a existir o el buscar la respuesta a una pregunta que desconocen completamente, sea como esa enfermedad que imaginamos pero que nunca llega. Que el día que cerremos los ojos y busquemos esa luz, hayan cortado la corriente y ni juicios, ni San Pedros esperando pacientes, ni nada por el estilo. Pero eso sí, Fe, toda la del mundo. Una cosa, católicos del mundo, que probablemente ya no estaréis leyéndome... que esto son pensamientos míos, cosas que se me pasan por la cabeza y que se quedan ahí... pero como mis dedos son muy bocazas (siempre y cuando imaginemos una pequeña boca en cada uno de ellos), pues sueltan lo que les viene en gana y yo no puedo, ni quiero, hacer nada. Es a causa de mi famosa esquizofrenia literaria. Y no hay más. Que mucha gente me pregunta si soy creyente y yo les miro escandalizado. ¡Pues claro que soy creyente!!!! Creo en muchas cosas... en el ser humano (extrañamente), en el amor, en la vida, en la bondad, en que todo puede cambiar, en los amigos, en las amigas, en la pasión incondicional de los animales, en que mi madre me protege desde algún universo paralelo que desconozco, en la leche de almendras, en mi playstation 4, en la 3, en la 2, en la 0, en la realidad virtual, en el té verde, en el café, en todas las temporadas de "Las Chicas de Oro" y en muchas, muchas, muchísimas cosas más... Por lo tanto, que quede muy clarito... soy creyente.. muy creyente.

Y ¿a qué ha venido todo esto? Extrañamente, aunque os de la risa, pues a las sartenes de teflón. Esas desconocidas. He intentado empezar con el tema de la salud. Que mi coqueteo con tumores que me recuerdan al "Aserejé" (algunos sabéis de lo que hablo y los que no, puede que algún día lo comparta en su totalidad), me hizo caer en la religión que venera la dieta sana. Leí y leí... absolutamente todo lo que caía en mis manos y que desprestigiaba un 75% de lo que comíamos por producir cáncer. Empecé una nueva hipocondría, esa que se vuelve incongruente. Una que habla de la enfermedad de estar sano. De comer sano. Y para colmo, sale carísimo no envenenarte. Para vivir muchísimos años sin pasar por quirófanos o médicos con cara de susto, hacía falta tener una nutrida cuenta corriente que te permitiría huir de los pesticidas, de lácteos supuestamente innecesarios, carnes de mentira con sabores de mentira y todo un paraíso de alimentos aderezados con músicas celestiales que te aseguran vivir casi para siempre. Caí en esa hipocondría celestial. Esa que es otra forma de obsesión. El imaginar que cuando vas a un restaurante nada ecológico, aquello que comes viene con vidas extras, pero no vidas para vivir, sino vidas envenenadas que se meten por tus entrañas y atacan a las felices células sonrientes y llenas de sueños (cuánto daño ha hecho "Erase una vez el cuerpo humano"). Como aliño a esta ensalada de obsesiones culinarias, empiezas a ser paciente de todas las terapias que acuden a tu camino (lo excusas diciendo que "crees en la señales" y que el que acudan a ti, es porque tienes que hacerlas) y que no reparas en que es como cuando odias las cucarachas o los lagartos (yo no, que conste) y tan sólo ves esos animalitos como si acudiesen sólo a ti, o como cuando te rompes un brazo y de repente todos se han roto un brazo.... o como... bueno, ya me habéis entendido. Pues lo dicho... empiezas a hacer de todo: flores de Bach, reiki, metamórfico, reflexología, kinesiología.... vamos, que si me aparece un terapeuta y me dice que he de comerme un rodapié empanado mientras hago el pino con una maceta de hierbabuena en la cabeza, para que mi aura se limpie durante un mes entero... pues ahí que iba yo y les pagaba la voluntad que me decían... eso si... siempre era una voluntad muy cara.

Sartenes... si... porque todo empezó por ahí. Y os juro que voy a hablar de ellas... aunque luego no lleguemos a nada claro. Pues en ese camino de la vida sana, me dijeron que el Teflón fuera... caca, malo... Y yo claro, las imaginé como un monstruo maligno, envolviendo nuestros deliciosos refritos, tortillas, filetes, con una calavera con huesos en forma de cruz, tipo cómic, tipo juicio final... Qué horror... las tiré todas. Las cambié por blancas sartenes de cerámica. Esas que te obligan a desempolvar tus acuarelas y pintar en el fondo una naturaleza muerta o un bodegón toledano.  Las usé emocionado. El mero hecho de freír algo venía acompañado de una sensación de bienestar indescriptible. Dejaba la puerta de la cocina abierta para que los efluvios Omega 3 de las sardinas fritas llegasen a cualquier rincón de la casa. Porque olería a rayos y truenos, pero eran unos rayos y truenos sanísimos, crerámicos, ecológicos...  Pero mi alegría duraba poco, porque su antiadherencia duraba menos de lo que prometían sus ecológicas instrucciones. Y ya te ponías de los nervios. La tortilla de patata se convertía en una lucha sin cuartel. Perdías la paciencia. El stress por sacar una comida decente, no era nada biológico y, por ende, nada sano. Algo estaba saliendo mal. Te gastabas tus cuartos en nuevas sartenes. Preguntabas, así a lo loco, si Lladró no tendría alguna sartén de cerámica de las buenas buenas, una línea valenciana para hacer los mejores filetes de seitán... vamos, que pagarías lo que te pidiesen. Pero la señorita de la tienda Lladró, intentaba buscar las cámaras y su ramo de inocente inocente y al ver que no era broma, te mandaba a tomar viento entre sonrisas de cristal. 

Toootal, que ayer compramos unas sartenes de Teflón (fuera, caca, malo...).  Vienen con un sello verde, muy bonito y la palabra ECO que queda como muy de sano. Resulta que le han quitado los PFOA. En mi vida había oído hablar de eso. Los PFOA.  Pues os diré que son lo peor, lo que le da al Teflón su mala fama. Es como tener de amigo a un asesino en serie y tú sin saberlo. Pues lo han descubierto y lo han echado del grupo. Te aseguran que son más sanas que antes, que todas, al final tienen su peligro... incluso las de cerámica... (¿cómo os quedáis?). Que si quieres una buena sartén con un hilo musical incorporado acorde con lo que cocinas, pues te tienes que gastar unos 200 o 300 euros. Lo dicho... que no entiendo por qué los ricos también lloran... Así que ahí tengo las sartenes de Teflón, ECO, sin PFOA... en la caja... son tres.. Una familia de sartenes. Dos grandes y una niña pequeña. Una familia homoparental que me da más confianza. Me miran. Me dicen que no me van a hacer daño. Que me prometen las mejores tortillas (esto no es un juego de palabras, os lo juro)  de patata.. sanas, con patatas sin pesticidas y huevos de gallinas felices... Ahí están y pienso en la hipocondría celestial, en manzanas mordidas por mujeres que nunca existieron, en luces al final del túnel que no saben de paraísos y que nos llevan a un nuevo túnel con otra luz de diferente color... 

Hoy creo que las liberaré del plástico nada ecológico que las aprisiona. Creo que hoy tendrán su bautizo nada cristiano en el mejor aceite de oliva de la primera presión en frío... 

Una cosa está clara... no nos obsesionemos. Seamos felices y cuidadosos.. pero sin obsesión. Dejemos que las cosas nos sienten igual de bien que cómo las ingerimos. El miedo tiñe de miedo todo. No digo que nos comamos una cucharada de aguarrás sonrientes y contentos... Un poquito de conocimiento.. que creo que me entendéis... Seamos cuidadosos pero, sobre todo, perdamos el miedo. Porque con un poco de inteligencia culinaria y humana, podemos vivir para siempre... aunque tengamos que atravesar muchos túneles, buscar muchas luces, hasta darnos cuenta de que vivimos en una sencilla... Hipocondria Celestial..

Feliz vida.... sana....

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