OS CUENTO EL SECRETO....



Hace unos días os hablé del secreto que descubrí para que los niños lean o, quizás, para intentar que lo hagan. ¿Por qué todo esto? Pues porque en esta sociedad de hoy en día, los libros se están quedando como algo así obsoleto, algo que queda por debajo de las tablets, las plays, los móviles y, a mi, particularmente me da mucha pena. Porque los libros tienen magia. Los libros te lanzan de lleno a un mundo escrito especialmente para cada lector. Los libros son un regalo en cada una de sus frases. Cuando tocas el papel te impregnas de los suspiros y lágrimas de aquel que lo escribió. Sientes las noches en vela, los largos paseos por parques de otoño en los que buscas un desenlace a esa historia que te niegas a concluir. Porque cuando acaricias la tapa de un libro sientes el misterio de lo desconocido. Una puerta que te va a lanzar a un mar de sensaciones y todas ellas vienen del alma. Un alma pura que tan sólo busca miradas. Y me da pena que los niños se preocupen más de cumpleaños en "Burguers Kings" (así, en plural), de conseguir todas las cartas de los Pokemon o, sencillamente, de emular guerras de mentiras que son fiel imagen de aquellas que se sufren en países olvidados, países definidos como el Tercer Mundo... (¿no os habéis planteado nunca cuál es el Segundo Mundo?).

Y miro a los niños y veo cómo los libros se quedan con los ojos abiertos, con las páginas haciendo pequeñas olas de pena. Porque todos los niños, de pequeños, estaban ávidos de cuentos. Necesitaban los cuentos, porque estaban en aquella bella etapa en la que necesitan de la fantasía. Esa que no reciben de artefactos que les son ajenos. No saben lo que es una televisión, ni lo que es un móvil, ni una tablet, ni espadas de La Guerra de las Galaxias y, naturalmente, desconocen lo que significa "muerte", "malo", "bueno", "odio"... Tan sólo quieren cuentos. Escuchar cuentos que les presenten a brujas que van a ser buenas, príncipes que dan besos mágicos, ranas que se convierten en aquel que la princesa añora. Cuentos y cuentos. Pero luego pasa el tiempo y esos cuentos, esos que tanto amaron, pasan a segundo plano. Las palabras se agolpan tristes en estanterías, en cárceles ocultas. Pero no son rencorosos. No saben de venganza. Esperan pacientes a aquel que un buen día dejara de lado juegos de ordenador, gritos de televisores y se sentará en una esquina para zambullirse en aquellos mundos que fueron inventados para ellos.

Y pensé en mi. En mi infancia. En cómo devoraba los libros. En cómo no quería que acabasen. En los escalofríos. En las noches en las que mi madre gritaba que como no apagase la luz, la zapatilla mágica me haría una visita. Pensé en todo eso y decidí buscar la forma de traer de vuelta la magia. Pensé en el libro mágico. Ese libro que, para mi, iban a ser los cuentos de Hans Christian Andersen. Compré un libro y lo cargué de fantasia. Se lo llevé a mis sobrinos. Les dije que era un libro mágico. Un libro que apareció en mi infancia, cargado de historia. Un libro que tenía los dibujos de todos los niños que lo habían leído. Y yo tenía que pasar el legado a aquellos que más quería y eran ellos, mis mellizos adorados. Pero todo traía su precio. Que tenían que leer uno de esos cuentos cada semana (si eran dos, mejor) y que debían de hacer un dibujo, me daba igual que lo hiciesen en las páginas del libro... era incluso mejor, porque así el libro se hacía más fuerte. Debían de hacer un dibujo sobre lo que habían leído y de esa forma el libro iría creciendo. Pero debían de seguir las normas, porque si yo no veía un dibujo cada semana, debería llevármelo  para otros niños, niños que fuesen de verdad merecedores de ese legado, mi legado. Naturalmente cargué el momento en el que encontré semejante tesoro de una noche llena de luz y hadas. Ellos me miraban con la boca abierta y necesitaban ese cuento. Querían leer. Querían ser parte de los dibujos, parte de la historia. Porque algo dentro de ellos les traía de vuelta los cuentos de su infancia, de cunas con olor a Nenuco. Y se pusieron a leer. Y la foto que pongo al principio me hizo temblar, me hizo casi llorar. El libro los arropó y todas las semanas tengo un dibujo, un dibujo que para ellos es el colmo de la fantasía, porque saben que van a llevar eso al futuro. Que algún día le pasarán el secreto a sus hijos y ellos a sus hijos.... y por más tablets, libros electrónicos, móviles o lo que quiera que esté preparando la ciencia, siempre habrá unas hojas de papel arrugadas ansiosas de ojos y dibujos que los hagan perdurar.

Así que no dejéis que vuestros niños y niñas se pierdan este regalo. No les neguéis la posibilidad de viajar a mundos en los que no se pueden perder, de los que volverán a vosotros. Mundos a los que no los tenéis que acompañar a no ser que queráis. Dadles la libertad de la imaginación, dadles las alas de la independencia literaria, porque allí son lo que quieren ser y no hace falta electricidad, ni pilas... tan sólo sus miradas y su pasión...

Bienvenidos al secreto, bienvenidos a mi mundo....

Feliz vida...

Comentarios

  1. Me gustó la idea de cómo le diste el libro a tus sobrinos.

    Tienes razón en no dejar que los niños se pierdan ese grandioso regalo.

    Saludos.

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