Touch y una bicicleta



A estas alturas ya sabréis que soy un devorador de series de televisión. Que lo he sido desde la infancia y que me han ayudado a escapar de momentos que un niño no debería haber vivido nunca. Cuando acabas de descubrir la vida, tienes que jugar, imaginar, soñar... Un niño no debería sufrir, no debería oir gritos, no debería pensar que algo va mal en su entorno... Que todo eso traerá consecuencias, algunas que no es capaz de dibujar en su mente, pero que seguramente se transformarán en tristeza y deseos de huir. 

Recuerdo que con pocos años -tan pocos que me veo con pantalón corto, casi sin saber leer y en un pupitre de color verde desgastado con un compañero que tan sólo se afanaba en hacerme la puñeta-, planeé huir de casa. Era tan excitante. Ibamos a largarnos a no sé donde, con no sé qué dinero y con nada de ropa. Pero parecía el plan perfecto. Se habló de bicicletas y algún bocadillo. Yo nunca tuve una bicicleta. Hasta muchos, muchos años después no me planteé la razón. Todos tuvieron bicicletas. Triciclos. De cuatro ruedas. Sueños de dominar el equilibrio y finalmente la reluciente "dos ruedas". Pero yo no. Ni siquiera recuerdo el día que me enseñaron a conducir una. Aún menos recuerdo la persona que lo hizo. No me viene a la mente ningún tipo de caída espectacular, ni cicatrices con las que presumir. Pero hoy en día llevo la bicicleta sin ningún miedo y me permito alguna que otra pirueta anacrónica que no me queda nada bien. O sea.. que alguien me enseñó.

Pero los recuerdos han sido tapiados por alguna extraña razón. Y aquella huída infantil quedó reducida a cenizas en el momento en que abandonamos la clase y llegué a casa a comerme mi bocadillo de chorizo en una bandeja con fotos de coches, mientras veía Barrio Sésamo. Y siempre me pregunto porqué los recuerdos se han perdido. Cuál es la causa de que me niegue a recuperarlos. Están ahí. Me lanzan guiños e incluso se permiten sonrisas, pero no consigo arrancarles la imagen, el sonido, el olor que me los devolverá de una pieza. Están, igual que aquel niño que oí en la calle el otro día, en el centro de mi lengua.

Y todo viene por una serie que me ha capturado de principio a fin. Se llama Touch. Ese niño, autista, lejano, inalcanzable, pero con tanta vida en esos ojos cargados de imaginación, me recuerda mi infancia y me trae ecos de algo que quizás algún día recuperaré. Cada episodio es auténtico sentimiento. El que me diga que no lloró en el primero, pues que no me siga leyendo porque no tendremos nada que ver.
Os aconsejo que no la dejéis escapar. Que os permitáis caer en las redes de cada uno de los personajes. Sentid amor. Es lo que intentan.

Yo seguiré aquí, pensando en mi infancia. Hablando con ese niño que soy yo y que aún me habla por las noches. Que me guiña ojos tras un vaso de Cola Cao. Que mira las bicicletas y siente que algo le falta.

Quizás es que ese vehículo no estaba hecho para mi. Porque la primera bici de propiedad la tuve pasados los cuarenta. Y con el tiempo me la robaron. No disfruté de ella. A veces pienso que me la arrebató la infancia. Que años antes, muchos años antes, conseguí desearla tanto que abrí un agujero en algún universo paralelo del futuro y la tomé prestada.

Así que me tranquiliza verme subido a ella, sabiendo lo grande que me queda, quizás añadiendo algún taco de madera a mis pies para llegar a los pedales y huyendo en esa huída de mentiras que nos llevará no mucho más lejos de casa, pero que me hará sentir importante, que me dará alas y vida. Por lo tanto me dejo a mi mismo la bicicleta y me dejo limpiarla con esmero. Sé que la esconderé en el cuarto de basuras, ese que me daba tanto miedo visitar. Ese que se llenaba del ruido de los contadores. Sonidos estridentes. Relojes de luz que subían nuestra factura.

Mientras tanto sigo viendo Touch y me reflejo en el niño de los números y siento que todos estamos conectados. Siento que dándonos cuenta de las señales, podemos ser felices, hacer felices, sentir la felicidad.

Así que allí me pierdo por caminos que no saben de ciudades y me lanzo con furia sobre el timbre de la bici... me pierdo en el pasado... rumbo al futuro...

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