CAFÉ Y CANELA...




Son las siete de la mañana. Me gusta esta hora. Me gusta el silencio. A mi lado Miranda. Lanza pequeños suspiros de algún sueño perdido que no consigo atrapar. La calle se ha cubierto de una niebla extraña que recuerda a otra cosa más allá del mediterráneo. Me gusta la niebla. Me recuerda a la isla. A tardes oscuras de invierno. Cuando volvía del colegio y me aventuraba por un parque espeso, convertido en tinieblas… escenario perfecto para la mejor de mis historias. Pero esa infancia ahora no está, ahora sí está… Porque ya son las siete y cinco y la niebla sigue suave, acariciando a ese sol que se despereza cansado.
Quiero escribir y miro la pantalla de mi ordenador. Decenas de iconos se revuelven juguetones. Me juro que borraré aquellos que no uso. ¿Por qué soy tan desorganizado? Por más que utilice siempre los mismos, me cuesta encontrarlos. Estoy seguro de que tienen vida propia y cuando les privo de su luz, juegan a cambiar posiciones, a volverme loco y por eso les tengo cariño… y por eso les mantengo apartado de la terrible papelera ávida de su píxeles y megapíxeles… 
Las siete y diez. Miranda creo que se ha despertado. Hay sonidos en la casa. La nevera ha tiritado, un escalofrío matutino y la caldera me recuerda que igual debería empezar la mañana. Pero me gusta estar aquí, porque de alguna manera me acerco a todos vosotros y vosotras. Me gusta sentir que os mando un trozo de mi vida… mi vida en serie. Ayer tuve la suerte de empezar una nueva etapa en las ondas de la radio y pronto os hablaré de ello… me gusta, me hace sentir que puedo acercarme un poco más…
La niebla empieza a bostezar y se convierte en nubes. Hay niños que se despiertan con nombres en la cabeza y esas nubes están deseosas de ser bautizadas.
Las siete y cuarto. El silencio se llena de buenos días y sonrisas… huele a café y canela…

¿Desayunamos…?

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