LA NIÑA DE CLASE...




Si habéis leído ya mi último libro, "La Puerta de Peter Pan", sabréis que fui un niño acosado, un niño perseguido por miradas acusadoras, por manos cargadas de piedras y voces repletas de odio. Y yo jamás entendí la razón. En aquella época no sabía lo que era el bullying y prefiero no llamarlo así, porque es una palabra que incluso hoy me suena ajena... porque me es ajena. Prefiero darle la fuerza de mi idioma, llamarle "acoso", llamarle "terrorismo infantil". Darle la importancia que merece, porque el teñirla de anglicismos a mi me parece que le quita fuerza, llamadme raro. Y así fue mi vida, día  a día. Una vida en los setenta. Una vida en la que los árboles eran mis únicos aliados. Me subía a ellos para escapar de los insultos, de los escupitajos, de las piedras, de los gritos. Si habéis leído el libro sabréis ya que fue ese profesor el que me lanzó a la jauría cuando dijo que "la niña de clase iba a cantar una canción". Ese profesor se lanzó hacia mi y no sé de qué intentó vengarse, pero lo hizo. Y yo no entendí nada. Porque tenía ocho años. Porque no tenía fuerza. Porque no tenía maldad. Porque tan sólo deseaba vivir, imaginar, pensar en un futuro en el que tendría perros, gatos y unos padres que no se gritaban y un hermano que no estaba enfermo. ¿Era mucho pedir? Por lo visto sí. Porque la vida me tenía preparada otra cosa. El guión que alguien había escrito era mucho más crudo y yo aún no me lo había aprendido y muchas frases estaban manchadas de sangre. Así que ese profesor me tatuó la frente con la palabra "mariquita" y tan sólo escuché risas. Risas que no eran de apoyo. No eran risas de aliento. Eran risas de condena y que te obligaban a callar. A callar durante el resto de tu vida. Una vida durante la que decidirían si continuar o no. Y eso es tan dramático... ¿Os dais cuenta del horror? De que un niño decida que su vida ha terminado cuando tiene todo por lo que vivir... De que el miedo le obligue a cerrar ese guión que le va a traer lo mejor de su futuro...  Y lo permitimos... Y nos preocupamos de otras cosas que deberíamos dejar de lado durante unos instantes, porque nuestros niños pasan miedo, nuestros hijos, sobrinos, nietos... pasan temor, tristeza, pánico... derrota. 

Yo fui acosado. Me pusieron galones, galones que se renovaron con fuerza en Bachillerato, pasando de ser el "mariquita" a ser el "maricón" y seguías sin saber qué hacer. Porque no entendías la razón. ¿Pegarte con los acosadores? Aún tenías dentro ese niño débil. Ese niño dolorido. Ese niño al que le abrieron la cabeza varias veces, al que empujaron contra las rocas y que tantas veces acabó en urgencias. Esas veces que no le dio tiempo a subir a los árboles. Y todo porque no decía palabrotas, porque no jugaba al fútbol, porque era sensible y porque cantó una canción delante de toda la clase. Lo pasé muy mal. Me recuerdo triste. Me recuerdo temeroso. Me recuerdo siempre reclamando amor, porque necesitaba sentirme arropado y que no era un monstruo, porque era la única manera de agarrarme a la vida. Porque si no sentía ese amor terminaría definitivamente bajo las ruedas de ese autobús que tanto miré y miré. Y además no podía decir nada a mi madre, porque mis acosadores me decían entre piedra y piedra que si contaba algo "me echarían de casa". 

Pero seguí adelante. Y viví. Me hice fuerte y le di la vuelta a todo. Usé las risas y me hice escritor para protegerme del mundo. Creé mundos para hundirme en ellos. Me acepté y me vi a mi mismo. Tomé un café con mi alma y vi que yo no tenía la culpa. Pero  pasó mucho tiempo hasta que eso desapareció. Mucho tiempo hasta que me di cuenta de que los acosadores me veían como un espejo en el que yo era el reflejo de sus carencias... Pero ¿era tarde? No quiero pensar que ya es tarde. Porque ahora estoy aquí y sé que con "La Puerta de Peter Pan" ha llegado el momento de hablar de todo aquello y de intentar ayudar a que cada vez todo eso ocurra menos. De dar voz y que los niños no pasen por eso. De que ME OFREZCO para lo que sea. Que estoy AQUI para poner mi grano de arena y AYUDAR  a dar mi TESTIMONIO. Porque en los setenta yo veía la mano que tiraba la piedra, pero hoy esa mano se oculta tras redes sociales, tras móviles, tras cobardía, tras anonimato...  Yo doy mi testimonio porque el niño que cantó frente a aquella clase sigue aquí, sigue con más fuerza que nunca y no se quiere callar, porque tiene fuerza, porque es feliz y porque HOY tiene las armas para pelear contra ese ACOSO. 

Hoy... la niña de clase tiene la fuerza para decir que es un NIÑO....


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